(Alí, Adorno y los demás en el inicio de lo humano)
Después de Auschwitz, escribir poesía es un acto de barbarie.
Toda cultura y toda crítica de Auschwitz es basura.
Después de Auschwitz es imposible escribir bien.
Mientras Neruda, Hernández, Guillén y Alberti, escriben odas a Stalin, Mandelstam sale cada noche a vociferar el epigrama que lo llevará al Gulag.
No se encontró en San Petersburgo, ni siquiera uno solo de los versos por los que aquel polaco eligió los campos. Declarándose ingenuo, Neruda escribirá después un contra-poema. Cuando supimos y sangramos, dice.
¿Cuál es allí la poesía que ya no puede escribirse? ¿La de los poetas obnubilados por un discurso cualquiera del poder? ¿La del hombre que declama en el frío de la noche? ¿El cuerpo de aquél que se condena?
¿Cuál es allí el acto de barbarie? ¿Las odas, la retractación, la ingenuidad, las marcas del cadáver? ¿El poema que nunca se encontró?
Mientras Johnson, el demócrata, ordena las atrocidades de Vietnam; Alí, el musulmán, es condenado a la cárcel por negarse a dar la muerte. ¿Cuál es acá la cultura y cuál la crítica? ¿Son basura las bombas de napalm, los cuerpos asfixiados, las mutilaciones?
Parado atrás de la puerta de su casa, el campeón escucha sin oírlo el llamado de la patria. Los reclutadores vociferan su nombre sajón y después, su nombre islámico. Él no responde.
¿Cuánto de ese silencio doble cabe en el viaje dantesco de Osip Mandelstam? ¿Cuánta poesía hay en el gesto de su puño único, legendario, arrojando a un río cualquiera el oro de la medalla olímpica?
Heidegger calló a Hitler, Sartre calló a Mao, Foucault alabó a Jomeini. No es el horror el límite de la textualidad que somos; es la arrogancia.
Como antes sobre Irak, las estrellas de Belén caen deslumbrantes sobre Siria.
Esquivando los cráneos reventados, los escombros, los pellejos humanos que se pudren, una mujer se acerca a una patera. Y en el pecho de otra, a quien no mira, deja a su hijo más pequeño.
Después, sin ninguna expresión, se queda inmóvil frente al Mare Nostrum. Y aferrando a los otros extrañados de sí, recita un salmo.
Si Dios lo quiere, pronto amanecerá. Si Dios lo quiere el niño, al menos, tendrá una lápida.
Dr. Osvaldo Raúl Burgos