CHUENGAAAAA!!!!

POR SIEMPRE BARRIO.

La gente llegaba de a poco. Caminando apurada. Jugaban como preliminar la Tercera y la Reserva el mismo día. Los campos de juego tenían parte de césped y parte de tierra. La pelota era de cuero marrón mucho más pesada que la actual. La habilidad para para jugar era imprescindible.

Alumni, Alumni! ¡con las tres claves!!

¡Hay Fruna muchachos !!,, Refresca la boca y apaga la sed…cuatro paquetes por 1 peso.!!

¡Maní, Maní!! ¡Calentito el maní!!  El “manisero”, ofrecía maníes con cáscara envueltos en un cucurucho hecho con papel de diario.

Estos recuerdos me llevan a los maravillosos olores, sabores y sonidos que se escuchaban y nos enseñaban con absoluta certeza el camino hacia cualquier cancha donde domingo por medio se celebraba la ceremonia del fútbol.

La oferta gastronómica se completaba dentro de la cancha. Apenas entrabas se escuchaba;

Café, Cafeeee,  ¡Sorocabana café! ¡Calentito el café!

¡Hay Coca muchachos!!  voceaban en todos los estadios excepto en River porque allí solo se vendía Pomona, que era también una bebida sin alcohol, pero con gusto a cucaracha.

Nunca pude entender como esos vendedores podían cargar su mercadería, subir y bajar entre las gradas, cobrar y dar el vuelto, sin rodar por los escalones.

¡Y como no recordar como telón de fondo “¡La voz del Estadio”, que aturdía con los parlantes que publicitaban al Geniol, para cuando venías de sol, del vino o de la cerveza o los Pilotos Aguamar, que eran los únicos impermeables… se lo puedo asegurar!  y por una gentileza de la Proveeduría Deportiva que tiene de todo para el deporte se anunciaba dentro de un repentino silencio la alineación oficial y definitiva de los primeros equipos de … Allí en medio de atención generalizada, explotaban gritos de aprobación o silbidos estruendosos, por ejemplo, de la parcialidad de Racing cuando anunciaban la presencia en el arco de River de Amadeo Carrizo que había osado decir que el equipo de Avellaneda, era un equipo de potrero.

Terminado el partido, salían las dos hinchadas al mismo tiempo. Esas mismas que durante el partido habían prometido matarse en caso de verse frente a frente, pero que casi nunca llegaban a rozarse. Rara vez debían intervenir los caballos de dos pisos, como se los conocía a los integrantes de la policía montada.

A la salida en algunos estadios, se vendía la famosa pizza de cancha, apilada en sucesivas bandejas, que con suerte podías comer apenas tibia y solo con tomate; un verdadero mazacote, pero que, hambre acumulada mediante, sabía cómo los dioses y cobró tal notoriedad, que la pizzería Angelín de la calle Córdoba, se jactaba de habido sido su creador.

Pero en realidad, este relato, tiene por objeto, recordar a un personaje fantástico y único, entre los oferentes ambulantes durante más de 30 años.

Cuando en esa época los acontecimientos deportivos o artísticos eran medianamente importantes, aparecía una figura misteriosa, con una gran bolsa de recortes de caramelos masticables, que voceaba: ¡Chuenga!, ¡Chuengaáaaaá!

Este sujeto, lucia muy alto y extremadamente delgado, solía usar los mismos suéteres de llamativos colores en verano o en invierno como si fuera ajeno a la temperatura exterior; su rostro enorme pero delgado no parecía propio de un ser humano. Sus dientes que sostenían una permanente sonrisa eran de tal tamaño que de ninguna manera podían permitirle cerrar totalmente la boca.

Sus manos eran enormes y sus largos dedos parecían finas palas mecánicas que se introducían en su gigante bolsa cuando los espectadores se reunían a su alrededor para comprar sus originales caramelos envueltos en un fino papel blanco.  En realidad, el papel era dos números más grande que el caramelo.

Lo sorprendente era que su mano amenazaba con entregar al cliente una cantidad importante de su golosina, pero los caramelos se iban perdiendo en el trayecto entre sus dedos y resultaban siempre 8 o 9 unidades o diez cuando el pedido era muy importante.  El reclamo no se hacía esperar y el vendedor gentilmente entregaba de yapa dos o tres más. Era casi un ritual.

Su andar era rápido. Sus ojos saltones parecían de vidrio. Y sus cabellos grisáceos tenían la apariencia de finos alambres. 

Aparecía y desaparecía como por arte de magia, jamás nadie lo vio llegar ni nadie nunca lo vio alejarse. Era muy raro que lo encontraras en un River-Boca, ni en ningún otro evento que convocara multitudes, excepto en el velatorio de Eva Perón donde se lo vio durante varias jornadas.

Salvo raras ocasiones aparecía en actividades nocturnas. Pero, por ejemplo, te sorprendía en la Isla Maciel en un San Telmo y Lanús cuando ambos militaban en 1ra. C del futbol o en la largada de la Doble Bragado en Bicicleta o en la entrada del Autódromo cuando muy temprano de mañana corría el Lole Reuteman y hasta en un partido de rugby donde también era muy bien recibido.

Tal era el enigma de su extraña figura que su figura provocaba la curiosidad de todos y hasta   la sospecha de otros, incluidos periodistas y hasta medios de espionaje estatal.

Nunca nadie pudo hacerle una entrevista y preguntarle como elaborada su producción, una vez descartada la creencia que se trataba de masticables “Sugus” con defectos en su fabricación. Pero en cambio apareció fotografiado junto a Angelito Labruna y Omar Sivori, a Francisco Petrone, o Ringo Bonavena y todo famoso que él elegía para posar solo un instante y desaparecer misteriosamente.

Hubo quien afirmó que era un agente encubierto de la Unión Soviética, tal vez porque era infaltable su presencia cuando en el mítico Luna Park actuaba en función vespertina el Circo de Moscú, el Ballet de Kiev y cualquier otro espectáculo que provenía de los países socialistas de la época.

Esta versión se acrecentó cuando, sin estar convocado por ningún espectáculo artístico o deportivo, Chuenga aparecía cualquier día de semana en la esquina de Avenida del Trabajo, hoy Eva Perón, en su intersección con la calle Escalada y se le acercaban algunas personas, vestidas muy formalmente y no conocidas por los vecinos del barrio, con las que intercambiaba algunas palabras después de hacer efectiva la venta de sus tradicionales caramelos.

Lo cierto es que en varias oportunidades efectivos de la seccional 48 quisieron interrogarlo con el pretexto de labrar un acta por infracción a un viejo edicto policial sobre venta ambulante, pero en todos los casos llegaron minutos después que el extraño personaje abordara uno de los colectivos de las líneas que atravesaban el populoso barrio de Mataderos, donde tampoco perdía la oportunidad de continuar con la distribución de su producto exclusivo.

Tal vez mucho más disparatada fue la sospecha de que se trataba de un extraterrestre que buscaba información sobre nuestro planeta, versión que llegó a ser popular en el vecindario de Flores, amplificada al extremo cuando el cronista de un semanario barrial escribió una nota sobre esa sospecha y desapareció misteriosamente a la semana siguiente de la publicación.

Nunca creí en ninguna de las dos suposiciones, pero su figura me atraía y jamás dejé de comprar su exquisita mercancía.

Finalizado este pequeño relato, recibo la información, que el famoso Chuenga, se llamaba realmente Atanasio Karasthanasis, griego de nacimiento, que había llegado a Buenos Aires huyendo de las autoridades de su país que lo reclamaban por estafas reiteradas y tenía como domicilio la calle Las Palmeras 542, en la localidad de Cañuelas, Provincia de Buenos Aires, donde falleció a fines de 1984. Según mi informante, esos datos constaban en un legajo que se encontró en las oficinas del entonces SIDE, extrañamente escondido entre un armario y la pared.

Intenté personalmente verificar esta información, pero los vecinos de aludida cuadra a quienes consulté sobre el tema negaron rotundamente esa información.

NOTA DEL AUTOR:   Este relato es un modesto homenaje al señor Jorge Eduardo Pastor, autentico creador, fabricante y único vendedor de esa fantástica artesanía, que durante más de 30 años llenó de misterio y dulzura muchos momentos de mi vida.  Esos personajes no pueden desaparecer, seguramente ahora vende en el espacio su maravillosa golosina y continúa voceando CHUENGA, ¡CHUENGAAAAAÁAAÁ!!

Ver más