Por el Dr. Román Alberto Uez, Abogado, Magíster en Derecho Administrativo y Magíster en Tecnología, Políticas y Culturas.
El dato es un hecho o acto de una cosa, proceso, transacción o persona que ha sido registrado, pero no procesado, para convertirlo en información que pueda entender el receptor de un mensaje.
Se le llama información al conjunto organizado de datos sobre un hecho, objeto, sujeto o sistema que, procesado, contiene un mensaje que cambia el conocimiento de los sujetos o sistemas que lo reciben. Deriva de dos palabras griegas: «Morfe», de la que surgió la palabra forma, y «Eidos», que originó la palabra idea, concepto, forma.
El dato es la materia prima de la información. La información es el conjunto de datos ordenados, que contiene un mensaje. El mensaje contenido en la información es el que le permite al receptor comprender, predecir e interpretar la composición de los ámbitos geológicos, biológicos, aeroespaciales y sociológicos.
En síntesis, se puede decir que la información plasma el propósito de comprender todas las facetas de la existencia, mediante la recolección de datos digitales, registrados y clasificados de tal forma que puedan brindar, por patrones matemáticos y lógicos, un mensaje que permita explicar el acto, hecho, objeto o proceso sometido a digitalización y análisis.
Se puede concluir entonces, que la información es el intento de explicar de forma computable la realidad, de simplificar la complejidad para poder obtener un mensaje.
Las Inteligencias Artificiales son sistemas de software elaborados con patrones matemáticos que registran, clasifican y organizan los datos, de acuerdo con parámetros estadísticos, buscando patrones de coincidencia o divergencia, tratando de construir un mensaje que permita al receptor comprender el objeto o sistema analizado. Existen sistemas de IA cuyo software por métodos predictivos matemáticos y estadísticos, analizan los datos buscando nuevas combinaciones que aporten nuevos mensajes o comprensiones, que no han sido materia de conocimiento o prueba anterior. Estos sistemas organizan y clasifican los datos de forma tal que muestran un nuevo modo de comprensión o interpretación, que constituyen mensajes nuevos, nunca elaborados con anterioridad.
¿La IA genera conocimiento verdadero, certero y seguro? No, sólo funciona con extrema eficiencia y eficacia cuando los datos digitales son exactos, se corresponden con la realidad bajo análisis y cuando el campo, hecho, objeto o sistema a computar es computable. Es decir que su desenvolvimiento será adecuado si los cálculos a realizar son millones, pero finitos, cuando el universo a computar es reducido y aprendible. Por ello, la IA es extremadamente buena en los juegos del Go y el ajedrez, sus reglas son claras y el universo calculable es tremendamente extenso pero finito, por lo que para calcular estadísticas y descubrir nuevas configuraciones de datos es un elemento de extrema precisión.
La mejor manera de catalogar la IA es como un instrumento que aumenta la percepción humana de forma exponencial, dado su tremenda capacidad de cálculo y detección de variables.
Ahora bien, ¿todas las realidades son datificables o digitalizables?, o sea, ¿pueden ser reducidas a datos? ¿el poder computacional tiene la suficiente potencia para registrar y clasificar todos los datos necesarios para elaborar mensajes verdaderos, seguros y certeros de todas realidades digitalizadas? La respuesta, desde mi punto de vista, es NO.
La geología, la biología, la conducta social, el espacio exterior, en definitiva, la materia, la energía, los comportamientos sociales y animales, son de una complejidad tan inmensa que necesariamente su digitalización o conversión en datos, siempre será defectuosa por incompleta, las clasificaciones siempre eliminarán variables diferenciales para simplificar los conjuntos de datos, tornando parciales los datos registrados.
Y si en algún momento la digitalización se acercara a abarcar lo más cercano a la realidad total, las variables de combinación entre la cantidad de datos registrada y la clasificada, necesitaría de un poder de cálculo y cómputo fenomenal, que desde mi perspectiva hoy, es lejano.
A ello debemos sumar que la realidad, siempre es dinámica y cambiante: lo que digitalizaste hoy, mañana cambió y tiene otra forma. O sea, la información que registraste sólo sirve para el análisis en términos de probabilidad. La dinámica y el cambio son permanentes en la realidad y algunas veces, imperceptibles.
Los conocimientos verdaderos, certeros y seguros son los que han pasado el filtro del juez Cronos, que en su infinita paciencia a lo largo de los siglos, ha validado el mensaje, no como conocimiento infalible sino como una explicación altamente probable de la realidad.
El conocimiento es contemplativo-narrativo, necesita explicar los ¿por qué? ¿cómo? y ¿cuándo?. La información no explica el mundo por sí sola, debe ser contemplada, interpretada y narrada por un ser humano para convertirse en una hipótesis de explicación de la realidad que el tiempo validará o no.
Para poder computar el mundo habría que diseñar un sistema que abarcara todos los datos necesarios para digitalizar la realidad, en todo momento y lugar, es decir, registrar todo el espacio-tiempo-materia-energía y su interacción, en forma permanente, por siempre. Sería la única posibilidad de que la digitalización de la realidad produjera información fiable, pero ello no es conocimiento, sólo sería materia para elaborar conocimientos.
El único que posee el código del mundo es Dios.
¿Qué costo tendría digitalizar y computar todas las variables posibles de espacio-tiempo-energía-materia y su interacción en todo el mundo, tiempo y lugar? El costo en recursos naturales, humanos y energéticos, desde mi visión, es distópico y destructivo, para computar el mundo hay que destruir el mundo tal como lo conocemos.
El objetivo de computar el mundo es cambiar su conducción divina o natural por un intento de predicción o control humano de la naturaleza, del clima, del espacio exterior y de las sociedades.
La IA es una política del poder que intenta tomar el control y ejercer la vigilancia de todas las variables posibles de la existencia, obteniendo, mediante ello una rentabilidad financiera astronómica.
La IA no persigue el fin de crear conocimientos verdaderos, sino apropiarse de los existentes, sin abonar derechos ni patentes perpetrando el robo cultural más grande de la historia.
El consumo de materiales de minería como metales, petróleo, gas, agua y recursos humanos, en condiciones laborales precarias, que insume destruiría el ecosistema, el clima y las sociedades como las conocemos.
Kate Crawford, señala con acierto en su «Atlas de Inteligencia Artificial» que «la minería que crea la IA es tan literal como metafórica. El nuevo extractivismo de la minería de datos también engloba e impulsa el viejo extractivismo de la minería tradicional»(Crawford, 2023, p. 59). Los medios y las redes sociales esconden el costo real en recursos naturales, energéticos y humanos que genera la IA. Este costo invade nuestra vida cotidiana sin darnos cuenta, «cada objeto en la red extendida de un sistema de IA, desde un router y una batería hasta un centro de datos, se construye usando elementos que requirieron miles de millones de años para formarse dentro de la tierra» (Crawford, 2023, p. 60), lo cual es sólo una muestra del ciclo devastador que esto implica para los recursos naturales. En cuanto a los recursos humanos, el agudo planteo de Crawford es ineludible, nos propone prestar atención a «la forma en que los humanos serán tratados cada vez más como robots» (…) en vez de hacer la pregunta de si los robots reemplazarán a los humanos» (Crawford, 2023, p. 95), este interrogante nos interpela sobre el efecto de la IA en nuestros cerebros y el posible deterioro de nuestras habilidades más humanas.
Por otra parte, la cantidad de agua consumida por los centros de datos para refrigerar sus procesadores es sideral. Un reciente artículo de Manuel Pascual publicado en El País, advierte que el caso de Estados Unidos que concentra aproximadamente el 30% de los centros de datos del mundo no es un caso aislado del preocupante nivel de utilización de este recurso natural, vital para la subsistencia humana. Refiere que la misma problemática se plantea «en Países Bajos, donde Microsoft se vio envuelta el año pasado en un escándalo al conocerse que una de sus instalaciones consumía cuatro veces más de lo declarado en un contexto de sequía. O en Alemania, donde las autoridades de Brandeburgo negaron los permisos a Google para que construyera un centro de datos al considerar que una gigafactoría de Tesla ya consumía demasiada agua».
De todo esto se dice poco en los medios audiovisuales, que también ocultan sus errores, fallas y espejismos epistemológicos, cuando generan conocimientos o resultados falsos, porque los datos son sesgados o insuficientes.
La IA es creada por humanos, por lo cual, los que diseñan el software imprimen en él, sabiéndolo o no, sus conocimientos, valores y creencias, eso genera insuficiencias o sesgos de datos, que originan errores o resultados falsos o discriminatorios. La intervención de humanos con poca formación cultural, educativa, social, económica o tecnológica y de escasos valores éticos o de sentido común, de creencias nocivas como el odio a la diversidad en todas sus especies y tantas otras, tendrá por resultado que la IA sea idéntica a ellos. Se toman los valores de quien te educa.
He ahí el peligro de que este instrumento tecnológico de uso masivo sea utilizado por personas con valores negativos, que si son mayoritarios estadísticamente induzcan a que el sistema entienda que la esencia humana está constituida por esos valores. El chat bot de Microsoft que se subió a Twitter para ser entrenado en la interacción con los partícipes de la red social se volvió racista y nazi, realizando comentarios sexistas y xenófobos, a las 16 horas de funcionamiento tuvieron que desactivarlo. El conocimiento de la IA no desciende del Espíritu Santo.
Si intentar digitalizar y computar todo genera daños terribles, ¿por qué siguen construyendo de esa forma el sistema de IA mundial? Porque el fin es controlar y vigilar el mundo natural y social de forma total y absoluta. No importa la calidad del conocimiento producido, que es enteramente cuestionable, sino la capacidad de control y vigilancia generados, porque ello es fuente inagotable de poder y riqueza.
Al sistema financiero ya no le basta con haber subordinado y doblegado la epistemología a sus necesidades de velocidad-rentabilidad, ahora quiere el absoluto control sobre lo natural y social.
Si controlas el clima, puedes manejar la agricultura y la prosperidad de las naciones; si controlas a las personas, puedes manipularlas en sus decisiones políticas, comerciales, financieras, sexuales, de consumo. En fin, puedes inventar un mercado inexistente o ver cuál es el que tiene la mejor rentabilidad para invertir, o usar el poder predictivo de la IA para generar rentabilidad y poder. Tanto la política como los mercados construyen poder y rentabilidad anticipándose a posibles hechos o conductas de la sociedad o de la naturaleza.
Ese es el fin de la IA: entregar el poder y la rentabilidad a unos pocos, mediante la explotación extractiva no sustentable de los recursos naturales no renovables y de los humanos precarizados, para que puedan continuar su fantasía de lograr la inmortalidad y además el dominio total del mundo conocido.
La IA es una tecnología que, bien usada, puede ser un instrumento de conocimiento fantástico. Pero, tiene que haber una restricción en los tipos de usos y en las formas de IA, más una educación tecnológica muy intensa sobre cómo usarla para no dañar y no dañarse uno mismo con ella.
Su dualidad es muy profunda. El fin más peligroso de su estrategia es desplazar el cerebro humano como centro de la elaboración de conocimientos creados durante siglos y apropiarse de ellos para usarlos a futuro como base de datos y entrenamiento, sin pagar derechos de autor ni patentes y para destruirlo como si se tratara de uno más de los recursos disponibles para afincar su poder y control.
Para salvarnos de la IA hay que preservar nuestras neuronas, imponiendo fuertes políticas de neuroderechos, y comprendiendo que la fuente más fiable del saber es nuestro cerebro y nuestros sentidos, origen de todos los conocimientos creados.