En la nota anterior definimos IA como “la solución mediante métodos automáticos de problemas que habitualmente requieren de la inteligencia humana” y expresamos algunas de las características de funcionamiento del cerebro humano como introducción a los conceptos que hacen posibles la denominada IA.
Quiero comenzar diciendo que soy un tanto crítico del término “inteligencia” aplicado a lo artificial, lo considero una denominación presuntuosa. Y digo esto porque alguna de las características propias de la inteligencia humana, como la creatividad, están lejos –todavía- de ser resueltos desde lo artificial. El día en que las máquinas generen sus propios “insights”, estaremos en -nuevos- problemas.
Sin embargo, y aún ante esta limitación, la potencialidad de la IA es innegable. Así por ejemplo, controlar un proceso en una fábrica, guiar a una persona en los pasos de una verificación básica en su vehículo que no arranca, incluso conducir ese mismo vehículo, identificar patrones en una imagen o realizar un cuestionario a fin de asesorar a un cliente; son todas actividades perfectamente compatibles con esta tecnología.
Tareas más complejas y especializadas, que requieren muchos años de estudio o entrenamiento a cualquier mortal, como diagnosticar una patología compleja y dar las recomendaciones más apropiadas, analizar las responsabilidades de un conductor frente a la normativa vigente, conducir un caza de guerra en una batalla aérea, también.
Resumamos los beneficios desde la visión empresarial: un sistema de IA no se cansa y puede atender miles de casos. Un sistema de IA se puede copiar y multiplicar aumentando la fuerza de trabajo. No se queja -por ahora, supongo que alguien creará el gremio-, no cobra aguinaldo, ni tiene vacaciones, ni participación en las ganancias. Ni comisiones. (Claro, también aparecerán los costos de mantener la tecnología y todos los servicios relacionados). Un sistema de IA no es «afectado» por las emociones o miedos (volvamos al piloto de un caza y el eventual efecto de su condición de hijo, padre o esposo pueden producir).
El caldo de cultivo de la tecnología actual mejora las oportunidades de desarrollo de IA: surfeamos impulsados hacia adelante por una ola imparable en un mundo interconectado donde las redes sociales, el big data, y muchos otras tecnologías novedosas permiten a los estados y las empresas contar con infinidad de datos que antes era imposible imaginar. La potencia computacional está “por las nubes” y se agregan últimamente a la discusión los procesadores basados en redes neuronales que permitirán resolver problemas antes impensados.
Este potencial es el que determina que el 75% de los ejecutivos estén interesados (y por qué no, ciertamente fascinados y obligados), por las oportunidades de mejora en el servicio a los clientes, el aumento de la competitividad y el impacto en el diseño de nuevos productos y formas de relacionamiento. Y si no han tomado medidas concretas ya, al menos están siguiendo muy de cerca la marcha de los acontecimientos. Después de todo, es su trabajo.
Y no para ahí: las potencias dominantes, viendo que esto genera una fuerte disrupción y un cambio de reglas, se posicionan para una carrera con los codos firmes. Rusia está tomando medidas para aislar su Internet, algo que China hizo desde el inicio de su ingreso a la red de redes, en una medida defensiva. EE.UU. regula para lograr que Google restrinja el acceso a Android a Huawei, y no solo por cuestiones arancelarias, también por cuestiones estratégicas. Y esto es solo la punta del iceberg.
Por eso la inversión en IA crecerá exponencialmente en la próxima década. Está claro que las empresas y Start-Up que realizan desarrollos tecnológicos en esta materia necesitan recuperar sus inversiones y declaman todo el tiempo que “viene el lobo”. Pero, seamos realistas: de la misma forma que empezamos arrastrando una caja de 8kg para tener un teléfono celular hace 25 años, la IA evolucionará y cambiará el escenario actual de los negocios, los requerimientos de cantidad y calidad de fuerza laboral, sistema de salud, la defensa, la seguridad y, en definitiva, nuestro modo de vida. Sencillamente porque tiene el potencial para hacerlo, más tarde o más temprano.
Entonces, ¿qué necesitamos para incursionar en este nuevo y apasionante mundo? ¿Puede cualquier empresa lanzarse a tomar beneficio de la IA? ¿Cuáles son los planteos éticos que se derivan de esta transformación?
Para responder los primeros dos interrogantes lo primero es comprender qué necesita un sistema experto para funcionar (si bien los sistemas expertos son solo una parte de la IA, me centraré en ellos para facilitar la explicación). De la misma forma que un decisor humano, necesita información y experiencia que le permitan analizar una caso y solucionarlo; así, como el médico nos pide ciertos estudios, para, en base a su conocimiento adquirido en la Universidad y una determinada cantidad de años de ejercicio profesional, dar un diagnóstico y sus recomendaciones; también un sistema experto necesita toda la información necesaria, ser alimentado con un conjunto de reglas para trabajar y contar con un “motor de inferencia” que analice las reglas y los datos para llegar a una conclusión: una o más respuestas dentro de un rango de opciones válidas.
Muy difícilmente una empresa convencional desarrolle un propio motor de inferencia, será provisto como una solución por empresas especializadas en este tipo de desarrollos. Ahora, los datos y las reglas deben ser los propios de cada empresa y representan su background y expertisse sobre el problema en particular, su diferenciación y un factor clave de éxito (o fracaso). Serán un activo a mensurar, desarrollar y proteger. Contar con estos elementos (datos confiables y abundantes, y reglas) es determinante, así como elegir la guía correcta de consultoría para recorrer el camino de su desarrollo también lo es.
Hay infinidad de problemas en los cuales es aplicable IA. Cada uno tiene una barrera de entrada más o menos alta en función de que contemos con los elementos mencionados o no. Para dar el primer paso entonces, es necesario comenzar con un problema simple, que nos sirva para iniciar el camino. En paralelo, la empresa debe invertir en cerrar las brechas existentes entre los altos requerimientos de datos e información que los problemas de mayor dificultad de resolución demandarán. El desafío: ser capaces de explorar e investigar nuevas áreas de aplicación, especialmente con foco en mejorar la relación con el cliente.
En definitiva, debemos ponernos a tiro con las soluciones informáticas convencionales de la empresa, lograr una adecuada base de información, y asumir algunos riesgos de equivocaciones para hacer viable el tránsito hacia las soluciones en IA avanzadas. Por ejemplo, si deseamos utilizar IA para mejorar la atención de los clientes, es vital contar con su perfil correctamente informatizado y mecanismos dinámicos para obtener información digital y en tiempo real de los potenciales clientes cuando se contactan con la empresa.
Elegir los procesos en los cuales aplicar IA, es entonces el primer desafío para la Inteligencia “no artificial” en la empresa, la de los ejecutivos y funcionarios.
Hablemos ahora de los problemas éticos y sociales. Todo lo indicado implica una gran transformación. Y cualquier gran transformación, como los administradores saben bien, implica un gran costo y los benditos “daños colaterales” -el eufemismo con el cual se expresa que muchos débiles lo pasarán mal-.
La gran pregunta es, en qué medida y en qué plazo de tiempo, la IA reemplazará qué tareas humanas.
Sí, es cierto, los humanos somos egoístas y egocéntricos, no medimos consecuencias cuando los efectos negativos los sufre otro.
Por eso los estados y los reguladores deben ser conscientes y analizar muy a fondo las consecuencias de esta transformación y la forma en que los avances sirvan para que las sociedades estén mejor y no peor. Los osos polares no pueden reclamar, las personas sí. Si no resolvemos inteligentemente este problema, qué sentido tiene la IA?
Unos meses antes de su partida le preguntaron al notable físico inglés Stephen Hawking, si pensaba que la tecnología era mala porque generaba exclusión y él contestó: “la tecnología no es mala, trae muchos beneficios a la humanidad, lo que la sumanidad debe revisar es la forma en que se distribuyen sus beneficios”.
Ing. Eduardo Galeazzi
egaleazzi@softeam.com.ar