En este articulo, la especialista española enfatiza que el talento no debe ser reducido a un sinónimo de éxito financiero o poder, y la importancia de crear un entorno que permita a las personas explorar y cultivar sus talentos, para contribuir al bienestar colectivo y crear una sociedad más justa y equitativa.
ESPECIAL PARA EL SEGURO EN ACCION
Por Silvia Urarte, Líder de Sostenibilidad (España).
Hace unos años, recibí una valiosa lección que resuena aún en mi mente y que deseo compartir hoy. En aquel entonces, lideraba un equipo de consultores que incluía a una mujer cuyo desempeño parecía no cumplir con las expectativas. Después de enfrentar dificultades para obtener los resultados deseados, consideré la posibilidad de pedir a la dirección que la sacaran de mi equipo, viéndola como un obstáculo en la gestión de este. Fue en esa reunión, donde comprendí que quizás el problema no residía en la capacidad de esa persona para integrarse al equipo, sino en mi incapacidad para identificar y gestionar su talento. Recuerdo claramente haber expresado (ante la dirección de la empresa), que la mujer en cuestión no era competente en su trabajo, y la respuesta que recibí fue reveladora: «Quizás tú no estás desempeñando eficazmente tu función, que ES descubrir el potencial que esta mujer puede aportar a la empresa y desarrollar su talento», porque TODOS tenemos TALENTO y tu misión es saber cuál es el suyo.
Desde aquel momento, he mantenido la convicción de que cada individuo posee un talento único y es mi responsabilidad como líder fomentarlo, permitiendo su desarrollo pleno y así contribuir de manera significativa al equipo y a la empresa.
Así, que el talento es un atributo universal, aunque su verdadero alcance a menudo resulta desconocido para muchos (como fue el caso que acabo de compartir).
También se suele asociar el talento con el éxito, una interpretación que distorsiona su significado real (como veremos más adelante). Pero, antes de continuar, para comprender plenamente este concepto, es fundamental definir previamente su raíz etimológica, origen y significado.
La palabra «talento» deriva del latín Talentum, que se traduce como «moneda de cuenta» o «unidad de peso».
Pero la palabra viene previamente heredada del griego antiguo, que significa «plato de balanza».
Cuando nos referimos al talento, hablamos de la habilidad especial o la facilidad innata que posee una persona para aprender o llevar a cabo una tarea específica.
Este término engloba tanto la capacidad de comprensión (inteligencia, perspicacia, ingenio, entendimiento, agudeza, entre otros), como la destreza para desempeñarse en una determinada área, lo que se conoce como aptitud, capacidad, destreza o dote.
Sin embargo, es crucial no limitar la apreciación del talento únicamente a los logros visibles o a las habilidades que son altamente valoradas por la sociedad (como es común hacer), ya que el talento puede manifestarse de múltiples formas, algunas de las cuales pueden pasar desapercibidas o ser infravaloradas.
Por ejemplo, la capacidad de empatizar con los demás, la habilidad para resolver conflictos, o la destreza para trabajar bajo presión son talentos que, aunque no siempre reciban el reconocimiento merecido, son igual de valiosos.
Además, el talento no es un atributo estático; puede ser desarrollado y perfeccionado con el tiempo y la práctica. La perseverancia, la dedicación y el esfuerzo son componentes esenciales para transformar un talento innato en una habilidad excepcional. De este modo, el talento se convierte en una combinación de predisposición natural y desarrollo consciente.
En este contexto, es importante fomentar un entorno que permita a las personas explorar y cultivar sus talentos, sin las restricciones impuestas por estereotipos o expectativas limitantes.
Para ello, la educación y tener un apoyo adecuado a corta edad, juegan un papel fundamental en este proceso, proporcionando las herramientas y el estímulo necesarios para que cada individuo pueda alcanzar su máximo potencial. Así, el talento se convierte en una fuente de realización personal y de contribución significativa a la sociedad.
Si miramos atrás, podemos estar más o menos de acuerdo, que, hasta hace poco tiempo, el sistema educativo estaba diseñado para que todos alcanzaran al menos un promedio de calificación. Se necesitaba un cinco para aprobar, y si, por ejemplo, teníamos un diez en asignaturas como física o química pero suspensos en literatura, todos los esfuerzos se centraban en aprobar literatura. Nos esforzábamos en mejorar nuestras debilidades en lugar de potenciar nuestras fortalezas (aquello que nos diferencia y seguramente en lo que tenemos talento).
La meta era estar en “la media”, que proviene de la palabra «mediocridad», compuesta etimológicamente por «medius» que significa «medio o intermedio» y «ocris» que se refiere a «montaña o peñasco escarpado». En resumen, hace referencia a quedarse a mitad del camino, a pesar de que la cima de la montaña sea el destino final.
En otras palabras, una generación laboral activa, acostumbrada a ser mediocres en todo, y a haber dejado nuestro talento en modo espera (como el antiguo reloj del tiempo de Windows).
Sin embargo, en los últimos años, hemos comenzado a ver un cambio en este enfoque. Las nuevas tendencias educativas y laborales han empezado a valorar y fomentar las fortalezas individuales. En lugar de centrarnos únicamente en las áreas en las que tenemos dificultades, se reconoce la importancia de desarrollar y potenciar nuestras habilidades y talentos innatos.
Este cambio de paradigma no solo beneficia a los individuos, sino también a las organizaciones y a la sociedad en general. Un entorno donde cada persona puede brillar en aquello que mejor sabe hacer crea una sinergia positiva, incrementando la productividad y la satisfacción personal. Ya no se trata de ser mediocres en todo, sino de ser excelentes en lo que realmente nos apasiona y se nos da bien.
Además, este enfoque promueve la diversidad y la inclusión, ya que cada persona aporta un conjunto único de habilidades y perspectivas. La colaboración entre individuos con diferentes talentos y puntos de vista enriquece cualquier proyecto y facilita la innovación.
Por lo tanto, es fundamental que sigamos avanzando en esta dirección, adaptando nuestros sistemas educativos y laborales para que fomenten el desarrollo integral de cada persona. Solo así podremos construir un futuro donde la mediocridad sea reemplazada por la excelencia, y donde cada uno de nosotros pueda alcanzar la cima de su propia montaña personal.
Habiendo expuesto lo anterior, deseo abordar la percepción del talento en relación con el éxito, a menudo malinterpretado como sinónimo de poder o riqueza, lo cual puede inducir connotaciones confusas e imprecisas, especialmente en contextos como las promociones laborales. En ocasiones, se observa que se sacrifica la excelencia de un médico destacado en un centro de salud al favorecer la designación del menos idóneo como director médico, simplemente por la disparidad salarial que implica. A menudo, la promoción y la remuneración elevada se asocian al éxito, pero no necesariamente a la potenciación del talento.
La etimología de la palabra «éxito», derivada del latín ‘exitus’, que significa final o término, alude al resultado favorable de una acción o proyecto. Existe la percepción arraigada de que las personas con recursos económicos poseen talento, y que a su vez, el talento atrae la riqueza. Este vínculo no sorprende si consideramos la raíz griega de la palabra, que se relaciona con un plato de balanza, y su evolución en el latín. La asociación del talento con la riqueza no resulta inverosímil al compararlo con el equilibrio de una balanza que se emplea para ponderar el peso de dos elementos.
No obstante, el talento no debería ser reducido exclusivamente a un sinónimo de éxito financiero o poder, sino más bien ser concebido como una habilidad innata o adquirida que capacita a un individuo para destacar en un ámbito específico. Es imperativo reconocer que todas las personas poseen talento, y por ende, no todos pueden ser reconocidos exclusivamente por esta cualidad, lo cual desmiente la premisa anterior.
Esta visión simplista pasa por alto la diversidad de formas en que el talento puede manifestarse y ser valorado. El talento no se restringe a aptitudes que generan ingresos, sino que también engloba destrezas artísticas, emocionales, sociales y espirituales. Cada persona atesora un conjunto singular de habilidades que contribuyen al bienestar colectivo de la sociedad.
El talento a menudo no se valora ni se remunera como debería, por lo tanto, es crucial destacarlo en las organizaciones, ya que la pérdida de talento puede llevar a pérdidas financieras.
Cada individuo aporta un servicio a los demás, y es a través del talento individual que se logran grandes éxitos colectivos.
Por consiguiente, es fundamental reconocer y celebrar las diversas manifestaciones de talento, promoviendo una cultura que valore la creatividad, la empatía y la colaboración tanto como la competencia y el éxito económico. De esta manera, podemos construir una sociedad más equitativa y enriquecedora para todos, donde cada persona tenga la oportunidad de desarrollar y compartir sus habilidades únicas.
Mientras escribo en este momento, me pregunto, ¿cuántas personas han contribuido con su talento para que yo esté aquí, frente a un ordenador, escribiendo? ¿Cuántas han participado en la fabricación de la mesa y la silla que sostienen el ordenador? ¿Cuántas han intervenido para que me llegue este refresco que me acompaña en la mesa? ¿Cuántas han colaborado para que tenga estas cuatro paredes que me protegen del sol y la lluvia?… Cada una de esas personas ha aportado su trabajo y, seguramente, su talento.
Cada pequeño esfuerzo, cada destreza aplicada, contribuye a la complejidad y riqueza de nuestro entorno diario. Es fácil olvidar las manos invisibles que tejen el tejido de nuestra vida cotidiana, pero es esencial reconocer que detrás de cada objeto y comodidad hay historias de dedicación y talento.
Es en esta red interconectada de habilidades y esfuerzos donde reside la verdadera fuerza de una comunidad. Desde el ingeniero que diseñó el software del ordenador, hasta el agricultor que cultivó los ingredientes del refresco, todos
desempeñan un papel crucial. Esta interdependencia subraya la importancia de valorar y respetar el trabajo de los demás, independientemente de su naturaleza.
Además, al reconocer y apreciar el talento en todas sus formas, no solo honramos a quienes hacen posible nuestra vida diaria, sino que también fomentamos un ambiente donde cada individuo se siente valorado y motivado a contribuir. En última instancia, esta perspectiva nos permite vivir con mayor gratitud y conciencia, reconociendo que somos parte de un todo más grande, un entramado de talentos y esfuerzos que, unidos, crean un mundo más humano y solidario.
Nota: Silvia Urarte hace un podcast sobre estos temas que estrena cada lunes. Puede oirlo aquí.
Urarte es Diplomada en Ciencias Empresariales por la Universidad de Barcelona (UB). Bachelor in Management and Public Relations por la Queen’s University of Belfast. Diplomada en Marketing y Relaciones Públicas por la UB. International Management Program en París. Ha realizado cursos de postgrado en la Harvard Business School y en el INSEAD. Ha realizado cursos de especialización en EADA y la UB. Es ponente habitual en los principales congresos internacionales en el tema de Responsabilidad Social Corporativa (RSC). Profesora invitada de la Escuela de Administración de Empresas (EAE), UB, UPC Business School, IL3-UB. Profesora titular de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).