Cambio climático. Amenazas y oportunidades para el mercado asegurador.

Por Edgardo Podjarny y Guillermo Bolado, ex Superintendente y Vice de Seguros de la Nación.

Especial para El Seguro en Acción

El cambio climático impulsa a las aseguradoras a reevaluar los riesgos y las necesidades de capital.

En el inicio de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021 (COP26), el pasado 31 de octubre en la ciudad de Glasgow (Escocia), la discusión sobre el impacto del calentamiento global y la adaptación a las nuevas condiciones en nuestro planeta, volvió al centro de la escena. «Debemos y podemos implementar el Acuerdo de París» de 2015, en el que los jefes de Estado y de Gobierno se comprometieron a tratar de limitar a 1,5 grados Celsius el calentamiento del planeta este siglo, afirmó la canciller alemana Angela Merkel. Esto obligará a Estados y empresas a desarrollar políticas para alcanzar la neutralidad de emisiones de dióxido de carbono (CO2) en 2050 y los objetivos propuestos en la Agenda de Desarrollo Sostenible de 2030.

La preocupación por el cambio climático no es ajena a las aseguradoras, ya que impacta sobre el sector de diversas maneras. Desde el cálculo para la determinación del valor de las primas por el aumento del riesgo —no solo de las coberturas de daños más ligadas al clima como las agrícolas, sino también al diverso mundo de los daños patrimoniales urbanos—, pasando por revisar la cartera de inversiones para orientarla hacia negocios sustentables y, adicionalmente, rever sus propios procesos corporativos con el objeto mitigar la huella de carbono.

Crisis y oportunidades

Desde el punto de vista de las inversiones que realizan las compañías de seguros, sería conveniente que desarrollaran manuales de inversión socialmente responsable (ISR) de carácter público.

No existe una denominación homogénea para referirse a la ISR. Eurosif la llama “inversión sostenible y responsable” y la Global Sustainable Investment Alliance (GSIA) lo intenta con un concepto inclusivo: “inversión sostenible”. En Estados Unidos y España se la denomina “inversión socialmente responsable”. De este modo se podrán explicitar las condiciones sociales y ambientales que exigirán a las empresas en las que inviertan, por supuesto manteniendo los tradicionales criterios financieros para realizarlas.

Estos nuevos criterios tendrán que ser absolutamente gradualistas, pero explicitados, de modo que se pueda realizar una convergencia en el horizonte de tiempo de las agendas de desarrollo sostenible de largo plazo. Este gradualismo permitirá financiar no solo proyectos “verdes”, sino también “azules” (aquellos que hoy existen y emiten relativos bajos niveles de CO2) e incluso “grises”, en referencia a aquellas fuentes que son la base de los actuales procesos menos contaminantes.

Respecto de la emisión de pólizas por cambio climático, hoy se asigna una gran responsabilidad al aumento de la siniestralidad absoluta, así como modificaciones en los patrones de riesgos asociados a la propia naturaleza. Esto se ha observado con el aumento de la frecuencia de los eventos extremos como inundaciones, sequías, vientos, nevadas, etc. Así, por ejemplo, Swiss Re estima que los riesgos relacionados con el clima inducirán un incremento del 22% de las primas globales de daños, hasta los 183 mil millones de USD, a lo largo de los próximos 20 años, pues es muy probable que las catástrofes relacionadas con fenómenos meteorológicos se vuelvan tanto más intensas como más frecuentes. La proyección del aumento de los riesgos se dará mayormente en los seguros de daños (P&C) los que se volverán más volátiles. La modelización de estos riesgos será sin dudas mucho más compleja y requerirá mayor demanda de capital. La experiencia nos indica que solo en 2020 las pérdidas por motivos climáticos han sido un 27% superiores a la media de la última década.

En el plano local, se requerirá aumentar los estudios sobre temas meteorológicos e hidrológicos, que deberían realizarse de manera cooperativa, de modo de mitigar los costos, evaluando por ejemplo los sitios en los que no se debería construir o bajo qué criterios se podría permitir.

La evaluación de los riesgos de los seguros de daños, tanto urbanos como rurales serán de gran impacto en el corto plazo. Las inundaciones no solo están motivadas por grandes lluvias, cuya magnitud hace que el agua no encuentre lugar donde escurrirse -arrasando con todo a su paso-, sino también por los desbordes del alcantarillado, al subir la cota de los mares y ríos. En las zonas rurales, los eventos meteorológicos aumentarán los estragos en las cosechas. Esto seguramente también llevará a rever el actual sistema voluntario de cobertura, ya que se necesitará aumentar las zonas y superficies protegidas con seguros agrícolas. Una mejor gestión de los riesgos será imprescindible para que no se disparen los costos de los seguros.

La emergencia planetaria depara al sector asegurador amenazas y oportunidades. Promover las condiciones para un crecimiento sostenible a largo plazo resulta especialmente importante de cara a mitigar el cambio climático, que supone la mayor amenaza para la economía mundial en el futuro.

Para construir un sistema sostenible, que permita absorber los riesgos futuros, estos deben ser cuantificables. La labor del sector asegurador en estas circunstancias es encomiable, pero en ningún caso sería correcto ingresar en una “cultura de la cancelación”, ni para las inversiones, ni para la emisión de pólizas a los asegurados con el fin de “promover” el cambio. Sobre todo, la tarea es mostrar una actitud equilibrada y justa, particularmente respecto de estas pólizas, ya que no debemos pasar por alto que la solución que cumple el seguro, cubriendo los riesgos, es de superior interés para la sociedad en su conjunto.

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